El miedo, una sensación tan extraña y
a la vez tan conocida, pensaba Julia en el camino de vuelta a su
casa, estaba meditando sobre lo que habían hablado en la clase de
filosofía. Mucha gente tiene miedo a la muerte dijo la profesora. A
la muerte, que cosa más tonta, siguió pensando Julia, se puede
tener miedo a la oscuridad, a las alturas, a un hombre que te mira
mal por la calle o incluso a los patos, pero a la muerte... si al fin
y al cabo a todo nos llega la hora, no vas a vivir asustado toda tu
vida por si acaso en el momento más inesperado llega tu funeral.
Mientras iba meditando casi la atropella un coche.
-Loco, a ver si miras – gritó a
todo pulmón.
Al llegar a su casa dejo la mochila
tirada en el salón y se puso a ver la tele.
-Julia, ven, tenemos que hablar. - le
dijo su madre desde la cocina.
-Voy – la respondió Julia.
Al cabo de unos minutos Julia se
encontraba en la puerta de la cocina.
-¿Mamá que querías? – dijo
impaciente.
-Esto no es fácil – empezó a decir
su madre – hemos tenido que llevar a tu padre al hospital, el
medico a dicho que tiene cáncer y de momento no se puede hacer nada.
Lo siento tanto Julia.
Al oír esto salio corriendo a su
cuarto, se encerró y puso la música bastante alta para que nadie
pudiera oírla gritar ni llorar, en esos momentos quería estar sola.
Al cabo de una hora su madre llamo a la
puerta.
-Voy al hospital ¿vienes o te
quedas?
-Voy, por supuesto.
El camino al hospital fue el camino mas
silencioso que tanto madre como hija han hecho jamas.
Entrando en la habitación en la que se
encontraba el padre, Julia no pudo reprimir una lagrima más, en
cuanto estuvo en los brazos del padre empezó a sollozar.
-No llores mi niña, ya veras como todo
se arregla -le intentaba consolar su padre sin conseguir ningún
fruto.
-No, nada se va ha arreglar y tu lo
sabes -le dijo la hija aun sollozando.
La madre se tuvo que salir del cuarto,
notaba como las lagrimas amenazaban con salir y quería ser fuerte
delante de su hija.
-Julia, mírame. Todo va a salir bien,
lo sé, lo noto -su hija quería creérselo, de veras que lo quería
pero no podía, tenia esa voz dentro de su cabeza que la preparaba
para el momento de verle marchar, el momento de dejarle ir.
El medico entro por la puerta con la
madre detrás.
-Tengo malas noticias -anuncio este.
-el cáncer es peor de lo que imaginábamos, no te lo hemos podido
detectar tiempo, tanto mis compañeros como yo lo lamentamos
muchísimo.
-¿Cuanto tiempo me queda doctor?
-Apenas unos días. -después de una
pausa, continuo- Creo que sera mejor que mejor que me vaya, así os
dejo solos un tiempo.
El doctor se marcho y el silencio ocupo
su lugar. Tras varios minutos más de silencio, la madre dijo por
fin:
-Julia, te llevare a casa de tu abuela,
esta noche la pasaré cuidando de tu padre.
-Pero mamá yo también quiero quedarme
esta noche.
-Hija haz caso a tu madre, tú y yo nos
veremos mañana. -concluyo la conversación el padre.
La hija y la madre salieron por la
puerta.
-Vuelo en unos minutos -se despidió la
esposa.
Montadas en el coche camino a casa de
la abuela, Julia se quedo dormida. «Un día largo» pensó la madre.
Al cabo de diez minutos se encontraban delante de la casa de la
abuela. Ella las recibió con los brazos bien abiertos, como cabria
de esperar, acostaran a Julia en la cama y la madre se dirigió al
hospital.
Se encontró a su marido dormido. Se
sentó en el sillón y comenzó a dormir, mañana seria otro día.
Julia se despierta temprano, hoy no
había podido dormir mucho. Mientas se vestía escucho una
conversación telefónica, solo pudo captar pequeños troces de
aquella conversación: «ahora mismo la despierto», «tranquila no
la diré nada», «la llevo yo». Escuchó los pasos de su abuela
acercándose a la habitación donde se encontraba.
-Que bien que estés despierta -Julia
notaba la preocupación en las palabras de su abuela- vístete, te
llevo al hospital.
Cuando Julia llego las lagrimas
inundaban la sala, estaba claro que su padre no había pasado de
aquella noche. La hija se acerco a su madre sollozante y la abrazo,
la abrazo como nunca antes lo había hecho. Cuando se separaron la
madre la miro y la tendió una carta en la cual ponía: Para Julia,
el final solo es el principio. Ella salio del hospital y en un
pequeño cercado lleno de césped se sentó y se puso a leer. La
carta decía así:
Querida hija:
Te escribo esta carta para que cuando
llegue la hora de decirte adiós me sea mas fácil a través de esto.
Espero a la muerte como una aliada a la que es tonto temer pero aun
así yo la temo, es bueno ser valiente, al igual que es bueno tener
algún miedo, yo no temo a la muerte por que sea el final, sino por
que os abandono, a ti y a tu madre, os quiero tantísimo a las dos,
me pregunto como os las apañareis sin mi, seguro que bien, sois
fuertes, cuando murió mi padre vi como tu abuela caía en una gran
depresión, se pasaba todos los días en la cama. No quiero que a tu
madre le pase lo mismo, no quiero que tu vivas lo que sufrí yo esos
largos meses, así que hazme un favor, cuídala, no te separes de
ella y sobre todo no te enfades por como pueda llevar esto, eso solo
te destruirá más.
No sé cuando volveré a verte, espero
que tarde por que eso significara que has vivido una vida larga y
prospera, recuerda que esto no es un adiós, sino un hasta luego, es
hora de que me marche, no te preocupes por mi estaré en un lugar
mejor (eso a sonado a tópico, pero es verdad). También debes
recordar que estaré en cada vez que te caigas y cada vez que te
levantes, en cada alegría y en cada pena, en cada rayo de luz que
asome por tu ventana, en cada momento aunque tu no me puedas, mi
pequeña, nunca te dejare.
Te quiere:
Tu padre.
Julia con las lagrimas aun corriendo le
por la cara guardó la como su mayor posesión y entro de nuevo en el
hospital.
El día del funeral los familiares mas
cercanos le dedicaron unas palabras. Llego el turno de la madre, le
daba las gracias a su marido por haber estado todos esos momentos en
su vida, por haberla dado una hija que es lo quemas quiere en este
mundo. Julia también le dedico unas palabras:
-Papá, gracias por todas esas esas
veces en las que me he caído y tu has sabido levantarme, por cada
momento que me dedicaste por no haberme regañado en todas las veces
que jugábamos al fútbol y siempre te acababa dando un pelotazo.
-todos se echaron a reír -Te prometo que cuidare de mamá y que no
la culpare de nada.
Y con estas palabras se termino el
funeral. Fue un día largo y emotivo.
Pasados tres meses Julia y su madre
habían decidido mudarse de casa, era demasiado grande, ya era grande
como para vivir tres, para dos eso era enorme. Habían visto un piso
a la medida de las chicas, era una buena comunidad, con chicos y
chicas de la edad de Julia y estaba cerca de donde vivían, lo que
significa que, Julia no tendría que dejar el colegio. Julia estaba
contenta por su nueva casa, le gustaba y los vecinos eran muy
agradables excepto el típico toca narices pero, ¿ en comunidad no
había uno? Aun así a Julia le costaba dejar esa casa, tantos
momentos vividos, tantos recuerdos, en ese momento le vino uno a la
cabeza, de ella corriendo por el pasillo mientras su padre la seguía
y su madre se reía, era un recuerdo feliz pensó Julia.
-Julia -la grito su madre -¿te quedan
muchas cosas que empaquetar?
-No mamá, ya termino -le contesto a su
madre.
Mientras Julia metía las ultimas en
las cajas, se acordó de la carta de su padre que tenia guardada en
el cajón de su cómoda, rápidamente la cogió y la metió dentro de
la caja de cosas personales. Cerro las cajas con cinta.
-Ya esta mamá -le dijo a su madre- ye
he empaquetado todo.
Su madre subió y juntas bajaron las
cajas, en el momento en el que se preparaba para dejar la habitación
y cerrar la puerta un rayo de sol atravesó la ventana.
-Hola papá.